10.6.15

5. Parece que el misterio funciona

Lucía ya estaba preparándose mentalmente para otro futurible candidato. Las conversaciones con este chico no eran tan fluidas, aunque compartían aficiones y tenían gustos afines. Desde el principio, le intereso y le atraía físicamente. Él era misterioso, más precavido en enviar mensajes y, sobre todo, en aparentar ocupado mucho tiempo. Con este no le hicieron falta pedir más fotografías, porqué las que veía, le parecían claras: Gran melena, una fotografía tumbado en algo parecido a un césped... le parecía natural y relajado.

Aprendida la lección de no quedar la primera cita con la barriga vacía, bebiendo y dando pie a cenar para aguantar cualquier tipo de copa más, quedo con el siguiente a las cinco de la tarde.
Cuando lo vio casi le dijo:
- Perdona, es que estoy esperando a otro ¡al de las fotografías con melena y cutis juvenil!


Parece que el misterio funciona...


La decepción, otra vez. No le pudo decir claramente me has engañado, tampoco quería ser dura, pero sí, en cierta forma, se sintió traicionada por ocultación de información o por haber maquillado tanto la realidad. No obstante, la conversación cara a cara fue agradable y con alegría, hasta en algunos momentos profundas. La desilusión física del inicio, se esfumó. Fue una cita interesante y amorosa que termino en cena y con besos - y un poco de roce-, como despedida. A Lucía, le habría gustado una segunda cita, pero el chico desapareció. Un hecho que no se difiere entre conocer a un chico en la jungla online o en la vida real..., pensaba ella.

En este punto, las conversaciones y coqueteos por las páginas webs, ya eran demasiado monótonas. Lucía se empezó a centrar más en las aplicaciones para Android que se había descargado hace días. Ilusionada, vio que lo del móvil iba más con su día a día. Estas aplicaciones eran mucho más prácticas, directas y sencillas. Sin rellenar ningún tipo de perfil, simplemente indicando la edad de los candidatos y conectándote vía Facebook, todo fluía más rápido. Aunque, eso sí, de igual modo, y como única tarea, había que seleccionar bien las fotografías, tanto las tuyas como la de los candidatos.

Pasadas unas semanas, después de sentir síndrome de compradora y de tener desgastado en dedo de tanto ir a la izquierda como a la derecha, empezó a tener nuevas citas.

Con la tercera cita, hizo como borrón y cuenta nueva en su escala de hombres atractivos. No era feo, no era guapo, pero tenía algo muy interesante. Conversaciones fluidas pero demasiado dispersas. Al final de la cita, en la despedida espontánea, se dio cuenta de que las palabras le surgieron con naturalidad. Para él, escuchar que lo veía como un amigo, le dio una impresión fraudulenta de Lucía. Ella intentó excusarse, diciendo que no quería haber sido tan directa, pero como más tarde el chico insistió en verse una segunda vez, la cara de ella se endureció y decidió decirle, aún más claramente, que no había sentido química y que era mejor dejarlo así.

Lucía no se reconocía del todo. Este tipo de dureza verbal, tan a la cara, lo había abandonado en su adolescencia, pero gracias a estas aplicaciones, había vuelto a valorar esa sensación de no darle demasiadas vueltas a las cosas y, la adicción por saber que siempre puede haber alguien más mejor:
Si alguien o algo, no te gusta, a por otro.

Y así, con la doble cara, la que siempre fue y la destroyer fue quedando con otros chicos, otras veces, hombres. Todos, como ella, con sus mochilas. Algunas veces se explicaban sus pasados con mayor detalle y, otras veces, le daban ganas de desaparecer.